Nota publicada (aunque con algunas pequeñas modificaciones) en el sito A Sala Llena.
Barry Lyndon (Inglaterra/Estados Unidos, 1975, 184´). Dirigida por Stanley
Kubrick.
Si se simplifica mucho las cosas puede decirse que Barry Lyndon es una película histórica. Pero en verdad es una
película sobre la historia como convención arbitraria (que decide dejar a unos
en los libros para marginar millones) y sobre la imposibilidad de definir una
época no importa lo obsesivo que se sea en su representación. O sea: Barry Lyndon dice de manera clara
aquello que se exponía lateralmente en 2001:
Odisea en el Espacio, que el pasado no es menos misterioso que el futuro, y
que una película histórica bien entendida se acerca más a la ciencia ficción
que a cualquier otro género. Además de todo esto, Barry Lyndon tiene -entre muchas otras virtudes-, la utilización
más creativa que se haya hecho de la voz en off, una historia extraordinaria de
pasiones delirantes (hacia maridos, madres, padres, sobrinos, hijos etc...) que
terminan imponiéndose sobre toda ley de buena conducta, duelos de pistolas
ceremoniales (herederos directos de los duelos de la Madame de… de Ophüls) que incluyen uno de los gestos de sacrificio
más nobles jamás filmados, una utilización exquisita de la luz (de velas para
interiores, la de la “hora mágica” para los exteriores) y una inversión irónica
de la teoría marxista por la cual la historia puede repetirse primero como
farsa, y después como tragedia. Acá abajo les dejo el final, que con apenas
unas miradas y una firma -y solo con eso- deja en claro la situación de cada
uno de sus personajes. También, de paso, se deja bien establecido su futuro
cercano (ver la fecha del cheque) que nos indica que esa civilización y esa
forma de vida estará por concluir y que a partir de ese momento eso será una
historia a la que apenas podremos volver parcialmente en documentos pictóricos
o escritos, pero cuya totalidad sólo podremos intuir. No por nada Barry Lyndon
es también una historia de cosas que se pierden (un hijo, un futuro brillante
de abogado, una posibilidad de ser miembro de la nobleza) para nunca más
volver, hechos de las que solo pueden imaginarse realidades posibles, y como
sucede casi siempre en Kubrick, cuya mayor belleza se encuentra en su carácter
de misterio.
La Mosca (The Fly, Estados Unidos/Canadá/Inglaterra,
1986, 96’). Dirigida por David Cronenberg.
Cronenberg puede tener películas más complejas (Pacto de Amor, Festín Desnudo,
Una Historia Violenta), pero ninguna
más sentimental, potente y -en más de un sentido- descarnada que esta.
Cronenberg toma una película de ciencia ficción de los 50 para hacer una remake.
Pero en vez de ser un largometraje que imita a su antecesor lo que hace el
realizador es apropiarse de su trama y tomando de base un película clase B con
un humor malicioso y argumento absurdo (no por nada, surrealistas como Breton
admiraban esta pequeña película de los 50) construye un relato terrible y
atravesado por la carnalidad. La Mosca,
además, es un prodigio narrativo absoluto que en hora y media construye, género
mediante, una tragedia sobre la imposibilidad de controlar el propio físico y
sobre mutaciones de todo tipo. Después de todo acá no sólo muta el cuerpo del
protagonista, sino también mutan los roles en una pareja y de un tercero en
cuestión (que empieza siendo un canalla y termina siendo un héroe) y una
película que inicia como una historia romántica y deriva en un film de horror. La Mosca es, en suma, la reflexión de
una enfermedad como algo que se expande más allá del enfermo y termina
expandiendo y cambiando todo. Esto en medio de un gore bestial que a cada rato
pasa de lo trágico a lo paródico y montaje sutil y prodigioso que en apenas dos
miradas define tanto el coqueteo como el enamoramiento. Además de todo la
película muestra que el ingenio de Cronenberg puede ser tan grande que puede mostrar
la personalidad de dos personas mediante un experimento con un bife. Acá abajo les
dejo una imagen asquerosa, porque esta película se lo merece
El Río (The River, Francia/Estados Unidos/India, 99´, 1951). Dirigida por Jean
Renoir.
En los 50 el viejo Renoir filmó una película en la
India. Utilizó íntegramente escenarios naturales, mezcló actores profesionales
con no profesionales, dejó que unos chicos improvisen unas escenas y hasta hizo
que un actor que había perdido una pierna en la guerra interpretara a un
personaje con la misma discapacidad, adquirida por la misma causa. Las
características parecieran obedecer a una película de influencia netamente
neorrealista, una suerte de fresco social pero no de la Italia de posguerra
sino de un país oriental. Sin embargo, el truco de Renoir es filmarlo no en el
blanco y negro sucio que caracterizó a estas películas italianas, sino en un
paisaje de colores de todo tipo filmados en un technicolor hipnótico que le da
a la imagen una textura artificial. El resultado es un film que parece, al
mismo tiempo, realista y de fantasía, todo envuelto en una suerte de relato
“coming of age” de unas hermanas en el que parece estar en constante tensión un
posible azar y un posible destino, el nacimiento y la muerte, el amor
idealizado y el físico, la familia biológica y la que se termina formando a la
fuerza de convivencias de todo tipo. Quizás por eso también la importancia del
río en el film, el río como lo que está en permanente movimiento, pero también
lo que en la película es sinónimo de lo sagrado (y como se sabe, lo sagrado
siempre es estático). Cuando el relato termina, uno no solo se encariñó con
todos los personajes (que como bien pasa con Renoir, sean de la clase social o cultural
que sean, tienen sus razones para actuar como actúan), sino que uno terminó
adentrándose en una historia en la que nos terminan pareciendo tan extraños y
de fantasía las idas y vueltas sentimentales de unos jóvenes que una leyenda
hindú que incluye transformaciones de humanos a dioses, y en un relato que es
capaz de matar a un chico adorable sin que nos parezca un golpe bajo,
resolviendo un funeral y un luto en un par de escenas y haciéndonos sentir que vimos
una tragedia que simplemente pasó y que hay que superarla para poder seguir
adelante. Como dato podría decirse que el largometraje pasó casi desapercibida
en el momento de su estreno y que los productores se le quejaron a Renoir de
que el film transcurría en la India y no tenía ningún momento de aventuras con
sables ni imágenes de leones. Hay películas que decididamente son mucho más
inteligentes que su propio tiempo. Acá abajo les dejo una imagen. Les aviso de
antemano que el tratamiento del color que tiene esta película es
extraordinario, y que por ende lo mejor es verla en fílmico. Si no tienen acceso lo más recomendable hoy es la edición que sacó Criterion. Verla en otra copia es casi criminal. Están advertidos.
A través de los Olivos (Zire darakhatan zeyton, Irán/Francia,
1994,103´). Dirigida por Abbas Kiarostami.
Se sabe que Kiarostami hace dos cosas con mayor elegancia que nadie: tensionar
los límites entre la ficción y el documental, y jugar con ficciones dentro de
ficciones. A través de los Olivos es,
junto con Primer Plano, la película
en la que Kiarostami realiza estas operaciones con mayor ingenio, y además lo
hace en el contexto de una Irán pos-terremoto, que se pregunta qué hacer ahora
no solo para reconstruir la nación sino –sobre todo- para poder seguir
adelante. Desde este lugar Kiarostami propone el cine –el verlo y también el
hacerlo- como una actividad recreativa o laboral más, una manera de seguir con
una tarea después de una tragedia, de ahí también que acá los juegos entre
realidad y ficción, y el de películas adentro de películas sean, entre otras
cosas, formas de conservar un espíritu lúdico. Pero por supuesto que acá el
cine funciona también como una manera de poder documentar –en escenas que
muchas veces no se sabe del todo bien si están ensayadas o no- a los pobladores
que después de un terremoto siguen con sus vidas como pueden y saben. El
documento es, como es de esperarse de un heredero de Rossellini como
Kiarostami, despojado de toda estilización visual, confiando en la belleza de
lo real e incluso en este caso particular mostrando fascinación por los
pensamientos y las formas de vida –así llamadas- “simples”. A estas Kiarostami
las mira no desde un lugar superior, ni tratando de hacer de estos pensamientos
una idea de máximas filosóficas que esconden la verdad de las cosas, sino
simplemente encontrando inteligencia detrás de las elecciones personales de la
gente que filma. Si uno se deja llevar por la propuesta (algo sencillo y
placentero de hacer) de la película se va a llegar a un plano final que es, al mismo
tiempo, luminoso, tierno, y a su modo cargado de misterio. A falta de escenas,
película completa, o fotos bonitas, les dejo el tráiler.
Mouchette (Francia, 78’, 1967)
Dirigida por Robert Bresson.
Tomar la historia de
una nena en situación desgraciada a la que le ocurren varias cosas horribles
(violación incluida) en un transcurso de tiempo muy corto, para llegar a
conclusiones del orden de lo filosófico y –sobre todo- de lo teológico podría
derivar en una película pedante y llena de golpes bajos. Pero el director que
está manejando esto es uno de los mejores del siglo XX, y el resultado acá es
una película opresiva y oscura como pocas, que utiliza las desgracias de esta
chica no para caer en sentimentalismos y gestos indignados sino para mirarlos
con la distancia propia de quien parece shockeado y confundido ante un mundo en
donde la maldad puede aparecer sin la menor explicación. Todo esto narrado con
un montaje virtuoso y rabiosamente transgresor (Bresson y Ozu son los dos
directores que más y mejor rompen supuestas “reglas sagradas” del montaje), que
en menos de una hora y media muestra una reflexión sobre el miedo al silencio
de Dios que nunca tiene necesidad de ser declamada con trazo grueso (problema
que siempre tuvo Bergman en sus peores películas) sino que se va imponiendo
progresivamente a lo largo de la trama. Una película demasiado desesperada por
creer para ser llamada atea, y demasiado desoladora en su visión del mundo para
poder ser catalogada de creyente, cosa rara y genial hecha por un genio dueño
de un cine sumamente raro. Acá abajo les dejo un fotograma de la película,
intencionalmente pequeño y oscuro, como la propia película.
La Novia de Frankenstein (Bride of Frankenstein, Estados Unidos, 1935, 75´).
Dirigida por James Whale.
Toda la despareja -aunque entrañable- producción de películas de terror de la
Universal de los 30 se justifica por esta especie de melodrama de terror y
fantasía que es, al mismo tiempo, una comedia desatada y la tragedia personal
de un marginal desesperado por compañía. Suerte de película hereje con una especie
de Mesías aberrante crucificado por los dos verdaderos monstruos de la película
(la horda iracunda y un doctor Frankestein que no sabe qué hacer con su creación)
y que protagoniza una escena con un ciego que logra ser de una ternura rarísima.
Hay una herencia de iluminación expresionista explotada de manera insuperable,
acaso el mejor personaje secundario jamás creado (esa mezcla de sacerdote
satánico y científico glam que es Dr. Pretorius), Boris Karloff en su mejor
nivel actoral y ese prodigio enorme del maquillaje y el vestuario que es la
Novia del título a la que le bastó una aparición de menos de cinco minutos y un
sonido similar al graznido de un cisne para ser una de las figuras más icónicas
del siglo XX. Acá abajo, la parte en la que se crea la criatura femenina, pocos
minutos después, se sabe, la chica estará calcinada, y será homenajeada a lo
largo del siglo XX por personajes tan diferentes entre sí como La Novia de
Chucky y Marge Simpson.
Dios Sabe cuánto amé (Some came Running, Estados Unidos, 1958, 137´) Dirigida
por Vincente Minnelli.
Dice esa honda fuente de sabiduría cinematográfica que es El Cine según
Hitchcock que se puede partir de un clishé sin necesariamente llegar a uno.
Ejemplo cabal de esto es este melodrama de Minnelli que parte de lo más rancios
lugares comunes (un combatiente de guerra desencantado con el mundo, una
prostituta de buen corazón, un pueblo chico que termina encerrando un infierno
grande) para terminar derivando en una tragedia monumental y poco convencional de
pasiones exacerbadas y personajes de una complejidad extraordinaria y dueños de
comportamientos autodestructivos acaso inconscientes. Como si este fuese poco
tiene le mejor beso de la historia del cine (uno en el que una habitación se
pone a oscuras sin que medie sentido alguno más que crear una mayor sensación
de intimidad), algunas de las más hermosas confesiones amorosas y claro, siendo
Minnelli, toda una reflexión sobre la relación que se guarda con los artificios
(en este caso literarios). Además de todo Shirley McClaine nunca estuvo más
adorable (siempre a punto de caer en el ridículo, pero siempre salvándose con
elegancia) y Sinatra jamás estuvo mejor. El final de la película, luego
saqueado parcialmente por De Palma para la magistral Blow Out, se encuentra
entre lo más lacrimógeno que se haya filmado nunca. Acá abajo les dejo el
afiche. Por escenas de la película busquen clickeando acá.
Voces distantes, Vidas tranquilas (Distant Voices, Still Lifes, Inglaterra,
1988, 85’). Dirigida por Terence Davies.
Guillermo Cabrera Infante definió alguna vez el Amarcord de Fellini como el equivalente cinematográfico de En Busca del tiempo Perdido de Proust.
Esto, sin embargo, fue dicho por el crítico cubano a mediados de los 70, cuando
todavía Terence Davies no había estrenado esta obra maestra mayor en la que
expone sus recuerdos familiares en un pueblo minero inglés de los 40 y 50. Como
cualquier película proustiana, es ante todo un ensayo sobre el recuerdo como
construcción mental artificial, como un devenir de "flashes" que no
pueden recordase por entero sino como piezas de un rompecabezas imposible. Así
es como este largometraje termina siendo una sucesión de imágenes filmadas con
una textura de fantasía (deudoras en su iluminación de los cuadros de Edward
Hopper) en la que puede verse además de manera lateral una reflexión magistral
sobre un cambio social en Inglaterra en lo que refiere al cambio de roles
familiares de una sociedad patriarcal a una matriarcal. Sorprenden los puntos
en contacto que esta película tiene con El
Árbol de la Vida de Malick: misma idea de pensar el recuerdo
"fiel" como una imposibilidad, misma división tajante entre el mundo
masculino y femenino, la figura de la religión dando vueltas por toda la trama,
recuerdos que parecen visto a través de los ojos de un chico influido por el
imaginario del cuento de hadas y hasta la figura de un padre que es
representada, según el momento de la película, como ángel y como ogro. La
diferencia es que Davies no necesita exclamar a cada rato lo profundo que es y
menos que menos utiliza frases de sobrecitos de azúcar con un tono grave. En
vez de eso hay una suerte de modestia adorable en Davies, mostrándonos sus
recuerdos (como luego haría también en la extraordinaria The Long Day Closes) como una persona que nos muestra un álbum
familiar y trata, a partir de allí, de trazar una radiografía de la sociedad
inglesa de los 40 y 50, tanto cultural, como social, como musical (de hecho, si
hay algo que siempre supo hacer Davies es musicalizar de manera magistral e
identificar épocas y estados de ánimo con canciones). Acá abajo les dejo una imagen. Traten de conseguirla y verla. Si entran en el juego propuesto más
que un largometraje van a asistir a una suerte de sesión de hipnosis.
Capitán de Mar y Guerra (Master and Commander: Far Side of the World,
Estados Unidos, 2003, 138´). Dirigida por Peter Weir
Decía Hitchcock que mientras mejor es el villano mejor es la película y
dice una regla tácita de Hollywood que todo éxito mainstream debe tener una
historia de amor heterosexual. Pero el australiano Peter Weir acá (como en
tantas otras películas) hizo sus propias reglas y se le ocurrió plantear una
película de aventuras sin un villano visible y reemplazando la trama romántica
por una historia de amistad entre un capitán del barco y el médico de a bordo,
todo en el contexto de una historia que nos invita más que nada a contemplar
momentos de convivencia en un barco de guerra del siglo XIX que se dedica a
esperar un nuevo ataque de un enemigo y explorar territorios desconocidos. En
medio de esto hay una utilización virtuosa y exquisita de música clásica, un
Russell Crowe que muestra que cuando no actúa para ganar premios haciendo de
esquizofrénico sufrido puede ser un actor enorme y un barco que como espacio
puede pasar de ser opresivo a todo un símbolo de libertad y placer. Pocas veces
una superproducción de Hollywood exhibió tanta libertad creativa y nunca se
filmó con tanta pasión el amor por el descubrimiento y por los territorios
inciertos. Abajo les dejo el final con Boccherini de fondo.
El viaje a la felicidad de Mama Kuster (Mutter Küster´s Fahrt zum
Himmell, Alemania, 120´). Dirigida por Rainer Werner Fassbinder.
De Fassbinder puede decirse que era un cocainómano feroz, altament promiscuo y tan prolífico que fue capaz de hacer en menos de 15 años más de 40
películas (todo esto mientras escribía obras de teatro o trabajaba en series de
televisión y de paso escribía una que otra línea defendiendo encendidamente a
Douglas Sirk). Podría agregarse que además era un genio y que es el nombre más
importante de la historia del cine alemán junto con el de Friedrich Wilhelm
Murnau. El viaje a la felicidad de Mamá
Kuster no es de sus películas más estudiadas (como pueden serlo las
excelentes La Angustia corroe el Alma,
El matrimonio de Eva Braun o su
monumental Berlin Alexanderplatz),
sin embargo disfruto esta película de Fassbinder más que ninguna otra. Acá la
bestia germana toma como punto de partida una mujer que ha quedado viuda tras
el suicidio de su marido (quien antes de matarse cometió un asesinato) para ver
como diferentes sectores de la sociedad alemana toman su caso para aprovecharlo
política y/o socialmente. El resultado es una sátira feroz, dueña de un humor
corrosivo y sofisticado como pocos (sobre todo en lo que refiere al "doble
final" recargado de ironía) en los que Fassbinder se carga cuanto
movimiento social y político existe en la Alemania de los 70 (en medio de la
volteada también cae el periodismo), todo en medio de una película en el que
diferentes pasiones exacerbadas se expresan en una puesta en escena que mira a
sus personajes no con poca distancia irónica y en el que el horror se mezcla
con la cotidaneidad. También es un estudio brillante sobre como un fanático
político puede esconder en el fondo una persona de carácter dócil (algo de lo
que también habla, aunque con mucho menos humor y lucidez El Conformista de
Bertolucci) y una confirmación de que Briggite Mira y Gottfried John son dos de
los mejores actores del siglo XX. Acá abajo les dejo una imagen de la película.
No hay comentarios:
Publicar un comentario